Después del encuentro de Jesús resucitado con sus dos discípulos que se dirigían a Emaús, éstos les contaron a los demás lo que les había pasado en el camino, y cómo lo reconocieron en la fracción del pan. Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: -Paz a ustedes. Ellos se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu.
Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: -Paz a ustedes. Ellos se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu.
Pero Jesús les dijo: - ¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen esas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: - ¿Tienen aquí algo que comer? Le dieron un pedazo de pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia. Luego les dijo: -Lo que me ha pasado es aquello que les anuncié cuando estaba todavía con ustedes: que había de cumplirse todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos. Entonces hizo que entendieran las Escrituras, y les dijo: -Está escrito que el Mesías tenía que morir, y resucitar al tercer día, y que en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. (Lucas 24, 35-48).
Las lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19), Salmo 5 (4), 1ª Carta de Juan 2, 1-5a; Evangelio según san Lucas 24, 35-48] nos invitan a meditar sobre el mensaje central de nuestra fe: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, está vivo después de su muerte en la cruz y se hace presente en medio de nosotros, iluminándonos para que comprendamos su obra salvadora y animándonos a dar testimonio de ella. Meditemos especialmente en el Evangelio y apliquémoslo a nuestra existencia cotidiana, teniendo en cuenta también los otros textos bíblicos.
1. Contaron lo que les había pasado y cómo lo reconocieron en la fracción del pan
Los dos discípulos a quienes Jesucristo resucitado les había salido al encuentro cuando caminaban hacia la aldea de Emaús, uno llamado Cleofás y el otro seguramente el mismo evangelista Lucas (Lc 24, 13-34), no habían formado parte del grupo de los doce “apóstoles” pero eran también seguidores de Jesús. Ellos habían reconocido su presencia precisamente por el mismo gesto que su Maestro antes de morir había dicho que fuera repetido en memoria suya. Fueron de prisa a contar a los apóstoles y demás discípulos y discípulas que estaban en Jerusalén la experiencia pascual que habían tenido, y se encontraron con que también en esta primera comunidad, en la que se destaca a Simón Pedro, existía ya la certeza de la resurrección de Cristo.
El término bíblico “fracción del pan” (partir el pan) se refiere a la Eucaristía. Cada vez que se repite en ésta aquello que Jesús les dijo a sus primeros discípulos que hicieran en memoria suya, no sólo se recuerda lo que Él mismo realizó, sino que se actualiza su misterio pascual, es decir, su sacrificio redentor y su paso de la muerte a la vida, una vida nueva que se hace presente en la comunidad de los creyentes, y que en la comunión alimenta espiritualmente a quienes participan para continuar el camino de su existencia renovados y plenos de esperanza.
2. Entonces hizo que entendieran las Escrituras
Los dos discípulos que se dirigían a Emaús habían sido ilustrados por el propio Jesús resucitado para comprender el sentido de las profecías que en el Antiguo Testamento se referían al Mesías prometido. Ahora reciben una ilustración similar todos los demás integrantes de aquella primera comunidad cristiana conformada por sus discípulos y discípulas-entre las cuales se encontraba sin duda María santísima, la madre de Jesús-.
¿En qué radica dicho sentido? En que el Mesías tenía que padecer y morir para resucitar, como lo indica el Evangelio y lo dice también Pedro en su discurso relatado en la primera lectura. Justamente en ello consiste el misterio pascual de Jesús: en su paso por la muerte de cruz para resucitar a una vida nueva y gloriosa. No buscando el sufrimiento por sí mismo, sino asumiéndolo como consecuencia de haberse entregado plenamente al servicio del Reino de Dios Padre: un reino de justicia, de amor y de paz en beneficio de toda la humanidad, empezando por los excluidos, los rechazados, los marginados. Su pasión y muerte en la cruz fue así el testimonio de la solidaridad de Dios hecho hombre con las víctimas de la injusticia y de la violencia, para abrirnos a todos, si nos identificamos con Él y nos solidarizamos también con ellas, a la esperanza activa en un porvenir de vida gozosa y sin fin.
3. “Ustedes deben dar testimonio”
Cuando Jesús resucitado pronuncia estas palabras, les está dando a sus primeros discípulos la misión de proclamar su resurrección no sólo de palabra, sino también y ante todo con los hechos. “En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”, les había dicho en la última cena, como nos lo cuenta el Evangelio según san Juan. Y en la segunda lectura, tomada de la 1ª Carta de Juan, su autor escribe: “quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”.
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…”, decimos en la Misa inmediatamente después de la consagración del pan y del vino. Este anuncio y esta proclamación del misterio pascual de Cristo tenemos que manifestarlos con el testimonio de nuestra vida, cumpliendo el mandamiento del amor y realizando así lo que celebramos en la Eucaristía. Pidámosle pues al Señor que nos abra el entendimiento comunicándonos su Espíritu Santo, para que no sólo comprendamos el mensaje que nos transmiten los textos bíblicos, sino que también lo vivamos y lo proclamemos de tal modo que, como dice el verso del Salmo, brille sobre nosotros el resplandor de su rostro y demos un testimonio claro y luminoso de su resurrección.