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La transfiguración de Jesús.

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Celebración el próximo 6 de agosto. 

Evangelio: Marcos 9,2-10. En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: "Éste es mi Hijo amado; escuchadlo." De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos." Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de "resucitar de entre los muertos".

 

Enseñanza:

Los textos de la Biblia son una fuente inagotable de inspiración. Aunque los hayamos leído innumerables veces, siempre encontramos en ellos fuerzas para asumir, con renovado empeño, nuestras tareas diarias. Hace pocos días, la Liturgia de las Horas – que contiene salmos, lecturas y oraciones que recitamos los sacerdotes – traía un interesante texto del diácono san Efrén, un personaje del siglo IV, que es muy pertinente a propósito del comentario que acabamos de hacer; dice san Efrén que “La Palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su Palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su Palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a los que enfocara su reflexión”. La Palabra de Dios es una veta inagotable de inspiración; cada vez que la meditamos, encontramos en ella luces particulares para asumir el reto de la vida.

Dejemos, pues, que la Palabra de Dios resuene en nuestro interior. ¿Qué nos dice hoy este texto de la Transfiguración del Señor que hemos escuchado y leído tantas veces? En su redacción, este texto pertenece al género literario de las teofanías, que son unos relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento que describen unas manifestaciones muy solemnes de Dios a la comunidad.

Al leer este texto del evangelista Marcos, los cristianos de todos los tiempos compartimos la experiencia vivida por Pedro, Santiago y Juan, en los primeros tiempos del ministerio apostólico de Jesús. En la cima del monte, les fue revelada la verdadera identidad y misión del Señor: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Solamente después de la Resurrección comprendieron el alcance de estas palabras.

¿Cómo nos interpela hoy este relato? La persona y el mensaje de Jesús son una maravillosateofanía o manifestación del Padre. Después de su Resurrección, el Espíritu Santo sigue acompañando a la Iglesia en su caminar por la historia; el Espíritu Santo ilumina a la Iglesia en su lectura de los signos de los tiempos. Así como la Iglesia hace esa lectura del plan de Dios, cada uno de los fieles vamos descubriendo nuestra vocación a través del discernimiento. Debemos vivir nuestra vida como teofanía o manifestación de Dios.

Ahora bien, Dios se nos manifiesta de muchas maneras: a través de los acontecimientos de nuestra historia personal, los consejos de personas sabias, la oración, una experiencia de Ejercicios Espirituales, la lectura de la Biblia, etc. Sin embargo, existen muchos ruidos y distracciones que nos impiden leer y escuchar el plan de Dios; debemos crear unas condiciones de silencio interior para captar esa Palabra que resuena en lo más hondo de nuestro corazón. A Pedro, Santiago y Juan el Señor se les manifestó en la cumbre de un monte; a nosotros se nos manifiesta en el silencio de la oración.

¿Qué nos dice la presencia de Moisés y Elías junto al Señor transfigurado? Esta escena, que ha sido fuente de inspiración para muchos pintores, expresa que Jesucristo es el punto de llegada de la Ley y los Profetas. Es el Mesías largamente esperado. Igualmente, es punto de partida de una realidad nueva. La Pascua del Señor es una nueva creación. Los seguidores del Resucitado participamos de esta nueva creación por medio del bautismo.

Así como la predicación de Jesús fue, simultáneamente, fidelidad a la alianza sellada con los patriarcas y ratificada en medio de las infidelidades del pueblo de Israel, e instauración de un orden nuevo, la acción evangelizadora de la Iglesia debe permanecer fiel a las enseñanzas del Maestro, transmitidas por la Comunidad Apostólica y enseñadas por la Iglesia, y preguntarse continuamente cómo vivir la fe en medio de las condiciones cambiantes de la historia. La Iglesia, siempre fiel, debe tener la capacidad de reinventar su lenguaje y sus modelos catequéticos para poder comunicarse con las diversas culturas.

En el relato de la Transfiguración, nos llama la atención la propuesta que hace Pedro: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados”.

Pedro, que expresaba de manera espontánea sus sentimientos, manifestó algo que es común a todos los seres humanos: el deseo de instalarnos cuando nos sentimos seguros y a gusto. Este mismo sentimiento se puede apoderar de las comunidades. ¿Qué significa para la acción evangelizadora de la Iglesia instalarse? Significa tener como interlocutores a los fieles tradicionales, que acogen dócilmente las orientaciones de los pastores sin hacer preguntas incómodas; significa repetir los mismos modelos de catequesis sin tener en cuenta la diversidad de las comundiades.

Uno de los mensajes más insistentes del Papa Francisco es su llamado para que la Iglesia salga de sus muros, dentro de los cuales se siente segura, e inicie conversaciones con otros colectivos que seguramente harán cuestionamientos que algunos podrían considerar irrespetuosos. La Iglesia no puede pretender construir tres chozas para permanecer en la cima del monte. Debe descender para recorrer los caminos tortuosos del debate científico, del pluralismo ideológico y de las nuevas formas de familia.

El relato de la Transfiguración del Señor, leído desde nuestras coordenadas históricas, nos invita a preguntarnos por las teofanías o manifestaciones de Dios en nuestras historias personales y en los procesos sociales en los cuales estamos inmersos; nos hace reflexionar sobre cómo vivir fielmente nuestra fe en un mundo cambiante; y nos motiva salir a la periferia para anunciar la Buena Noticia del Señor Resucitado.

 

 

 

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