Mateo 10:37-42
37 «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
38 El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí.
39 El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
40 «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado.
41 «Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá.
42 «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
En la estructura social judía era fundamental la existencia de la tribu, casa o clan, que no corresponde propiamente a lo que hoy llamamos familia y predicada como “celula fundamental” de la sociedad y la iglesia por Lutero. Así se ha considerado en los numerosos documentos pontificios sobre el tema social de los cuales ha sido sustento la subisidiaridad, es decir, que una instancia superior (el Estado, la iglesia, la sociedad civil) no puede asumir las funciones o derechos de la instancia inferior (la familia). Sin embargo, cuando se trata de la educación, la tensión entre Estado, familia, iglesia y estudiante (individuo), se mantienen en conflicto permanente que ninguna sociedad ha podido resolver. ¿Recaen los derechos sobre el estudiante, sobre la escuela, sobre la familia, sobre el Estado, sobre la iglesia? Todos tienen sus propios intereses. Lógicamente el evangelio tampoco resuelve tal problema pero deja algunas pistas de reflexión interesantes sobre la tribu judía de entonces que con sus elementos laudables también abrigaba un patriarcalismo asfixiante.
Odiar padre y madre, puede resultar hiperbólico (exagerado) como suele ser a menudo la literatura bíblica. Es una experiencia sobrecogedora para una nueva mirada radical del evangelio. La forma en que Jesús llamó, buscó e hizo de su nueva “tribu” a los marginados (enfermos, pecadores) iba en contra de los lazos de un tipo de familia que intenta cerrarse en sí misma, e imponerse a la fuerza, dejando así fuera, sin defensa, a los marginados, carentes de familia. Bien es verdad que el Deuteronomio invitaba a acogerlos en la propia tribu, pero en la época de Jesús ya poco se aplicaban tales enseñanzas. La forma en que Jesús llama a los pobres y se vincula con los expulsados sociales (sin buena familia) aparece así como un riesgo para las familias poderosas, patriarcales, que buscan defenderse ante todo a sí mismas como la mayoría de las familias de hoy[1].
Tanto Lucas como Matero recoge el deseo de Jesús de que "quien ame a su padre o a madre más que a mí no es digno de mí, y quien ame a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí, quien no tome su cruz y me sigue no es digno de mí". Todos los amores mencionados surgen naturalmente en los seres vivos, incluso en los animales. Por ello no son malos pero Jesús invita a proceder no humana sino divinamente, como procedió él, cuando deja su familia de Nazaret para hacer de Cafarnaún su cuartel general. Marcos señala por dos veces que sus parientes van en busca de Jesús, una de ellas porque lo creen loco. No procede como un judío de bien, formando una familia con una viña, muchos hijos y muchos bienes. El evangelio de Juan nos dice que ni siquiera sus hermanos creían en él. Mateo formula en mensaje en forma comparativa: "Quien ame a su... más que a mí", mientras que Lucas lo hace en forma excluyente: "Quien no odie a su padre y a su madre...". Sabemos que el evangelio de Mateo es más judaizante y contemporizador con las costumbres judías. El fondo de la enseñanza es, sin embargo, muy similar. Jesús aparece en ambos casos como signo y fuente de un tipo distinto de fidelidad familiar constituida por oir la palabra de Dios y llevarla a la vida. La palabra utilizada para amor es filía, similar a la usada con Pedro en la triple confesión. Pero el amor cristianio propiamente es ágape del cual el modelo es Dios cuando nos da a su hijo por amor (ágape) al cosmos. Los amores humanos, entre ellos la filía, ordinariamente están teñidos de egoísmo, de bien propio, contrario al amor desinteresado, espontáneo y gratuito de Dios. Incluso en mucha literatura mística se da la confusión entre el amor como apetencia (eros, en griego) y el ágape o amor típico cristiano. Si Dios nos creó para que lo amemos (Agustín) entonces no revela ágape sino filía[2] (eros). Jesús como un sublime filósofo griego superior a Sócrates y Platón.
Quienes enfatizan el amor singular de Yahvéh, en contraste con el amor humano, son los profetas. El libro que mejor describe en toda su gama el amor es el Cantar de los Cantares y Yahvéh. Éste, según los profetas, no ama a Israel porque tenga mérito alguno; al contrario es el más pobre, pequeño, diezmado e impotente. Oseas y Amós describen mejor ese amor que el Pentateuco con su Decálogo y variadas leyes. El Talmud afirma que el servicio a Yavhéh por amor es muy superior al servicio por temor. Si la base de la ética judía es el amor a Yahvéh y al prójimo, la base de la ética cristiana es el amor al prójimo. En el evangelio de Juan el amor (ágape) no puede ser sino a los hermanos a quienes vemos, no a Dios a quien no vemos. Si no es así nos engañamos y engañamos a los demás. El amor (ágape) no es aquí un simple sentimiento, aunque por allí pueda empezar, por la misericordia (splachnizomai = sentir el dolor ajeno en el propio cuerpo), sino la fidelidad aunque cause sufrimiento o lleve a la muerte. En este sentido, un amor (no ágape) a la propia familia va en contra de la opción de Jesús por el reinado de Dios. Un ejemplo dramático es la novela La Virgen de los Sicarios, en la cual el amor por la madre lleva a asesinar a otros para satisfacerla. En ese sentido, Lucas afirma que es preciso odiar, es decir, oponerse a una forma de fidelidad cerrada, a un tipo de familia exclusivista para crear así familias que sean íntimas (de amor cercano) y universales, rompiendo las barreras y muros de una relación que se cierra en sí misma, expulsando a los otros. Es el caso de Santiago y Juan que directamente o por medio de su madre, buscan puestos de poder, causando división en el grupo de seguidores de Jesús. Por eso, amar a Jesús significa optar por su proyecto de reinado de Dios, acogiendo en la nueva familia a los proscritos del buen orden imperante, a los enfermos y expulsados, a los pobres y pecadores. Jesús, aunque reconozca las relaciones existentes entre padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, se sitúa, sin embargo, por encima de ellas cuando se trata del cuidado por los expulsados y pobres de la sociedad establecida. Cualquier insitución, incluida la familia, debe pasar por la prueba evangélica de fuego. Anselm Grün opina que el bautismo es el momento en que el padre biológico debe terminar para dar lugar al responsable espiritual de su hijo.
Hoy tenemos ejemplos de formas de vivir “la familia” del evangelio. Cuántos voluntarios renuncian temporal o definitivamente a la comodidad de la familia burguesa (cerrada sobre sí) para servir a otros y formar nuevas familias con otros vínculos. Los voluntarios no son personas de cualidades excepcionales. Son sencillamente humanos tocados por la gracia, aunque no crean en ella. Tienen ojos para descubrir las necesidades de la gente, oídos para escuchar su sufrimiento, pies para acercarse a quien está solo, manos para tendérselas a quien necesita ayuda y, sobre todo, un corazón grande donde cabe todo ser desvalido. Eso es precisamente lo más importante: los voluntarios ponen verdadero amor (ágape) en la sociedad actual. Nos ayudan a descubrir que no se debe confundir el amor con el sentimentalismo o la limosna. Que la solidaridad se construye con gestos, no con palabras. Que amar al ser humano significa querer a las personas concretas, no solo proclamar grandes ideales. Aman a otros por encima de sí mismos y de sus familias.
[1] Cuando Francisco pidió a las familias católicas de Europa que acogieran a los refugiados sirios, pasíses católicos como Polonia, Irlanda, Hungría elevaron su protesta y cerraron sus fronteras. Similar llamada hizo a los monasterios desiertos de Europa.
[2] Aristóteles, an la Etica a Nicómaco que fascinó a muchos escritores cristianos, afirma que en el amigo no hacemos más que amarnos a nosotros mismos. El amigo es otro yo. Por eso no puede haber amistad entre los dioses y los hombres. Tomás de Aquino tiene que hacer piruetas para justificar que la cáritas (caridad) sea gratuita, sin recompensa ni mérito esperado ni real.