El Pontífice escribió que “'en nuestra época el matrimonio se considera una forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier modo y modificarse según la sensibilidad de cada uno”.
“Desafortunadamente –alertó– esta concepción reductiva también influye en la mentalidad de los cristianos, y lleva a la facilidad en el recurso al divorcio o a la separación”.
Por ello, los prelados están llamados a interrogarse “sobre la preparación al matrimonio y también sobre cómo ayudar a las personas que viven estas situaciones, para que los niños no se convierten en las primeras víctimas y los cónyuges no se sientan excluidos de la misericordia de Dios y de la solicitud de la Iglesia, sino que sean ayudados en el camino de la fe y de la educación cristiana de los hijos”.
Relacionando la crisis económica y social con la familia, recordó que sus consecuencias también afectaron estos años a Estonia y Letonia. Una de ellas es la emigración cuyo resultado ha sido un gran número de “familias monoparentales que necesitan una atención pastoral especial”.
“La ausencia del padre o de la madre en muchas familias comporta para el otro cónyuge un mayor esfuerzo, en todos los sentidos, para educar a los hijos. Para estas familias es realmente preciosa vuestra atención y la caridad pastoral de los sacerdotes, junto con la proximidad efectiva de las comunidades”.
Otro de los asuntos abordados en su discurso fue el papel de los laicos en la evangelización, algo que calificó de “indispensable”. Así, la cercanía y solicitud de los obispos hacia los laicos “les ayudará a cumplir con las responsabilidades que, según la enseñanza del Concilio Vaticano II, están llamados a asumir en ámbito cultural, social y político, y también en el caritativo y catequético”.
El Papa expresó que “los fieles laicos son el trámite vivo entre lo que predicamos nosotros, los pastores, y los diversos ambientes sociales” y como “tanto ellos como ustedes están en contacto diario con las otras tradiciones cristianas presentes en el territorio, juntos pueden sostener el diálogo ecuménico, tan necesario hoy en día, para la paz social a veces sacudida por las diferencias étnicas y lingüísticas”.
El Papa les dio también ánimos para desarrollar su labor, pues “les ha elegido para trabajar en una sociedad que, después de haber estado oprimida durante mucho tiempo por regímenes fundados en ideologías contrarias a la dignidad y la libertad humana, hoy está llamada a medirse con otras trampas peligrosas, como el secularismo y el relativismo”. Por ello les exhortó a anunciar “sin descanso” el Evangelio.
Francisco les recordó que cuentan con la ayuda de los sacerdotes, que “aunque sean pocos y de diversos orígenes, están a vuestro lado con respeto, obediencia y generosidad”.
Animó a cuidar la formación de los sacerdotes y a valorar “la presencia de los hombres y mujeres de vida consagrada”. En el Año dedicado a ellos pidió que sean apreciados sobre todo “por la riqueza intrínseca de sus carismas y su testimonio.
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