Enseñanza para el cuarto domingo de cuaresma
"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca"
Enseñanza para el IV domingo de cuaresma.
Juan 3:14-21
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre,
15 para que todo el que crea tenga por él vida eterna.
16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que creee en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
1.- Dios se nos revela en Jesucristo, “luz del mundo”
La luz es un referente bíblico frecuente. En el Génesis (1,3) es lo primero que Dios crea; en el Éxodo (13, 21), una columna de fuego ilumina de noche al pueblo en el desierto; los profetas se refieren al Mesías con la imagen de la luz (Isaías 9, 2-7), los salmos invocan a Dios como luz y salvación (27, 1), los libros sapienciales describen la sabiduría como luz que vence las tinieblas de la insensatez (Eclesiastés 2,13), y en el evangelio de Juan y las cartas de Pablo la luz es un tema central.
En el Evangelio de Juan, durante la Fiesta de las Tiendas, celebración que con las carpas evocaba el camino por el desierto y en la que con antorchas se velaba cantando y danzando, Jesús proclama: “Yo soy la luz del mundo; quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8, 12). Y al disponerse a curar a un ciego de nacimiento, repite la misma frase: “Yo soy la luz del mundo”.
2.- Jesús nos ilumina para que reconozcamos su acción salvadora
En el relato de la elección de David como rey de Israel (primera lectura: 1 Samuel 16, 1-13) se dice: Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor mira el corazón. Esta es también la forma de ver de quienes reconocen su acción salvadora, en los otros y en sí mismos.
Al responder a sus discípulos sobre el origen de la invidencia del ciego, Jesús supera una mentalidad según la cual los hijos heredaban los pecados de sus padres. Contra esta creencia, indica que cada cual es responsable de su conducta y que, si reconoce su necesidad de salvación, puede experimentar el poder transformador de Dios. Los fariseos aparentaban ser buenos por cumplir el precepto de descansar el sábado, pero al hacerlo ignoraban al necesitado. Por eso desconocieron la acción de Jesús en favor del ciego, como también su propia necesidad de ser sanados. Su soberbia los hacía invidentes en el sentido espiritual.
3.- Jesús nos invita a vivir el Bautismo como sacramento de la iluminación
Pablo les recuerda a los cristianos de Éfeso (Efesios 5, 8-14), lo que eran antes y cómo debe ser su conducta después de haber recibido el Bautismo, llamado también “sacramento de la iluminación”: ustedes eran tinieblas y ahora son luz en el Señor; caminen como hijos de la luz, cuyos frutos son la bondad, la rectitud y la verdad.
En esta Cuaresma vivamos el sentido del Bautismo. Es un llamamiento de Dios, Padre nuestro, a vivir como sus hijos, iluminados por Jesús y haciendo efectivos los frutos del Espíritu Santo, entre los cuales Pablo destaca los tres anteriormente mencionados: bondad, contra la ceguera de quienes no reconocen las necesidades de los demás; rectitud, contra las intenciones torcidas y oscuras de quienes anteponen sus intereses al bien común; verdad, contra la hipocresía de quienes viven de la apariencia desconociendo su propia realidad.-